"Advertencia: se necesita tiempo, una gran determinación y mucho dinero para huir de la civilización. Otra advertencia: aquí uno está realmente solo. No tiene nada que ver con la soledad conocida: dar con un hotel o una ciudad o pueblo desconocidos de Europa, viajar a solas, no tener amigos, trabajar, leer, observar."
Los viajes y el turismo ha sufrido una metamorfosis en las últimas décadas y adquirido una patina de bienestar burgués donde quizás lo más grave que pueda sucederte es sufrir una intoxicación alimentaria o que el hotel no tenga vistas al mar. Atrás quedan las travesías de los aventureros/as que se lanzaban a tierras extrañas en el siglo XIX o el romanticismo que rodea a los viajes de principios del siglo XX ("Memorias de África" quizás sea la más representativa).
En un anticlimax Martha Gellhorn relata cinco experiencias llenas de horror, problemas y malas experiencias que tuvo durante sus peores mejores viajes (China, Caribe, África, Moscú e Israel). Aquí encontramos problemas culturales, logísticos, situaciones peligrosas, enfermedades... todo un compendio de lo que puede salir mal.
El único de los viajes que hizo acompañada fue a China que contaba con la compañía de su marido Ernest Hemingway (al que llama compañero reticente). En medio de la segunda guerra sino-japonesa se adentraron en un territorio asolado por el cólera, sufrieron bombardeos (hay una anécdota buenísima), su interprete era mero decorado ya que no servía para traducir y no se enteraba de la misa la mitad. Pero lo mejor de este relato es la actitud y los comentarios de Hemingway que destilan ironía por todos los poros.
Después encontramos el relato de la búsqueda de submarinos alemanes en el Caribe durante 1942 y en el que se vislumbra una tierra y una población que al poco desaparecieron por completo para transformarse en un destino turístico.
Mucho más extenso es su narración a forma de diario de su travesía de Oeste a Este de África en la que tuvo que luchar constantemente contra la distancia y la luz solar, además de tener un guía que no sabía conducir o encontrarse con un enjambre de moscas tse tse. Pero quizás lo que más daño le hizo a la autora era no poder encontrar esa África del imaginario colectivo que tanto cautivó a los Europeos (spoiler: finalmente una noche se da de narices con ella).
Harina de otro costal es su viaje a Rusia donde encuentra una ciudad asustada y sometida bajo el comunismo (aunque habría que discernir hasta qué punto sus comentarios están incluidos por la propaganda que EEUU llevo durante esos años).
Sé que falta un viaje, pero no me parece que tenga demasiada chicha, así que me quedo con estos cuatro llenos de inconvenientes y en los que la autora no desfallece en ningún momento. Además, detrás de estos periplos se deja entrever una pionera corresponsal de guerra que creía que para entender la realidad había que involucrarse y relacionarse con la población autóctona.
Si bien el relato es detallado y te hace vivir el infierno en determinados momentos, en otros pierde toda su magia dado que las narraciones están recompuestos a partir de diarios de viaje, cartas, notas... que buscó expresamente para redactar el libro. Lo que es innegable es que es una cura de humildad para todos aquellos que en algún momento nos hemos definido como viajeros.
En un anticlimax Martha Gellhorn relata cinco experiencias llenas de horror, problemas y malas experiencias que tuvo durante sus peores mejores viajes (China, Caribe, África, Moscú e Israel). Aquí encontramos problemas culturales, logísticos, situaciones peligrosas, enfermedades... todo un compendio de lo que puede salir mal.
El único de los viajes que hizo acompañada fue a China que contaba con la compañía de su marido Ernest Hemingway (al que llama compañero reticente). En medio de la segunda guerra sino-japonesa se adentraron en un territorio asolado por el cólera, sufrieron bombardeos (hay una anécdota buenísima), su interprete era mero decorado ya que no servía para traducir y no se enteraba de la misa la mitad. Pero lo mejor de este relato es la actitud y los comentarios de Hemingway que destilan ironía por todos los poros.
Después encontramos el relato de la búsqueda de submarinos alemanes en el Caribe durante 1942 y en el que se vislumbra una tierra y una población que al poco desaparecieron por completo para transformarse en un destino turístico.
Mucho más extenso es su narración a forma de diario de su travesía de Oeste a Este de África en la que tuvo que luchar constantemente contra la distancia y la luz solar, además de tener un guía que no sabía conducir o encontrarse con un enjambre de moscas tse tse. Pero quizás lo que más daño le hizo a la autora era no poder encontrar esa África del imaginario colectivo que tanto cautivó a los Europeos (spoiler: finalmente una noche se da de narices con ella).
Harina de otro costal es su viaje a Rusia donde encuentra una ciudad asustada y sometida bajo el comunismo (aunque habría que discernir hasta qué punto sus comentarios están incluidos por la propaganda que EEUU llevo durante esos años).
Sé que falta un viaje, pero no me parece que tenga demasiada chicha, así que me quedo con estos cuatro llenos de inconvenientes y en los que la autora no desfallece en ningún momento. Además, detrás de estos periplos se deja entrever una pionera corresponsal de guerra que creía que para entender la realidad había que involucrarse y relacionarse con la población autóctona.
Si bien el relato es detallado y te hace vivir el infierno en determinados momentos, en otros pierde toda su magia dado que las narraciones están recompuestos a partir de diarios de viaje, cartas, notas... que buscó expresamente para redactar el libro. Lo que es innegable es que es una cura de humildad para todos aquellos que en algún momento nos hemos definido como viajeros.
Autor | Martha Gellhorn |
Editorial | Altaïr |
Precio Aprox. | 23 Eur. |
Sentimiento* | Esperando embarque |
Valoración |
|
Obtenido en | Bibliotecas de Barcelona |
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