Como lo prometido es deuda, hoy es la última entrega de "Emet" y ya nos haré esperar más para leer el desenlace de esta historia.
Os dejo el link de las dos entregas anteriores, por si hay algún despistado o para los que quieran recordar donde lo habíamos dejado el mes anterior:
Emet (I) y
Emet (II).
IV
Parry había estado pensando en todo
lo que le había dicho el doctor. Más de una docena de veces se
había repetido que no era más que un loco y, que dar crédito a sus
afirmaciones sería una estupidez. Sin embargo, ¿y si no lo era? ¿no
habían sido tachados otros hombres como él de locos para luego
lograr enormes avances científicos para la humanidad?
Su mente, acostumbrada a la
resolución de algoritmos científicos, no se sentía cómoda con la
naturaleza filosófica de las ideas con las que ahora trataba. ¿Cuál
es el puesto del hombre en el cosmos? Muchos años antes los
movimientos en defensa de los simios habían logrado que la Unión
Europea y la Confederación Euroasiática reconociesen una serie de
derechos inalienables para los grandes simios. Durante su infancia,
Parry había oído frecuentemente los nombres de prestigiosos
primatólogos asociados a la causa, y ya en su niñez había sentido
un profundo e irracional respeto por aquellos adalides. En un mundo
transnacional, que había secularizado los contenidos del
cristianismo y aislado los focos de fundamentalismo islámico e
hindú; en un mundo que llevaba dos siglos batallando fútilmente por
crear una unidad política internacional capaz de soldar las grietas
geoestratégicas del planeta; en un mundo que, sin saberlo, iba
buscando la creación de una modulación de lo humano como producto
biológico, social, económico y, sin embargo, unitario… el hombre
se había convertido en el único punto de vista viable para un
discurso. Un simio no tenía un derecho natural, la Gracia no había
caído sobre él, no se trataba de la intervención de la Providencia
– que ya había quedado extirpada de la historia-: tenía derechos
porque se asemejaba al hombre, porque era capaz de comunicarse con un
idioma de signos creado por el hombre, porque parecía sentir o
sentía como un hombre. Y aún así, escapaba a su control. Era la
sucesión de miles de millones de años de evolución, y la
elaboración de elevados pensamientos, los que habían permitido al
hombre construirse como tal, y al simio ser percibido como simio.
Como un Frankenstein dador de vida, lo que reclamaba Leidenfrost era
colocar palomas en el interior de los cuerpos, elaborar la vida desde
el alma.
¿No era ésta una visión
estrictamente religiosa del asunto? ¿Importa acaso como se crea la
vida? ¿No es un bebé el producto de un milagro semejante? ¿No
podemos llamar mente o psique al alma? Parry suspiró al recordar una
vieja leyenda del cristianismo. Antes
de que hubiesen vivido juntos, se halló que había concebido en su
seno por obra del Espíritu Santo.
El misterio; es el misterio lo que mantiene con vida lo sacro. Si el
hombre crea vida mediante su tecnología, y tiene que enfrentarse a
las evidencias de que esa vida, similar o distinta a la suya, ocupa
un cierto puesto en el cosmos… ¿morirá entonces para que nazca un
nuevo homo? ¿Tendrá que ser la vida creada constreñida en el
patrón de lo humano?
Parry desechó tales pensamientos,
cuya magnitud se le antojaba mareante. La humanidad es una roca
firme, se dijo, alterable y moldeable por las olas y los vientos,
pero inasequible a la destrucción de su propia idea. Ya habían
quedado atrás los tiempos bárbaros en los que el mundo se dividía
entre paganos y creyentes; en los que el mundo era un puzzle de
difícil composición. La realidad tenía que seguir siendo realidad,
el alma tenía que seguir siendo alma, y Dios, sea cual fuere su
naturaleza, y si realmente existe, tenía que seguir siendo Dios.