El pasado martes teníamos prevista una salida con los/as peques que vienen a los talleres de verano y el lugar escogido era la biblioteca del barrio (no sé por esa cosa de conocer nuestro entorno y a la vez dar herramientas de ocio a los más peques).
No diré aquello de "ni en mis peores pesadillas", pero cerca anduvo y aún arrastro cierta desilusión.
Os pongo en antecedentes: estamos ofreciendo unos talleres de verano para los/as niños/as que no van a casal y no se han ido de vacaciones. Un día normal la asistencia varia entre diez a quince niños y niñas de entre seis y doce años.
Sin embargo, el día de la salida solo aparecieron tres y en un primer momento pensamos que se habían confundido de sitio (necio optimismo) y nos desplazamos al lugar donde normalmente hacemos los talleres el martes. Bingo! una despistada (ya somos cuatro, pienso inocente de mi), pero cuando le comunico al adulto que la acompañaba que hoy teníamos previsto la salida a la biblioteca la contestación fue: "Mejor no, mañana si eso ya viene a los talleres". Me quedé congelada y obviamente no fui capaz de decir nada.
Con este panorama regresamos desde donde teníamos previsto ir a la biblioteca y se repite la misma jugada: "No, si vais a la biblioteca mejor que me acompañe a comprar" (a estas alturas ya todo me parecía normal).
Al final disfrutamos de la visita un reducido grupo y pasamos un buen rato conociendo un entorno, para algunos, totalmente desconocido; pero me sigue martilleando la idea de ¿por qué un adulto niega la posibilidad de explorar, de aprender y de experimentar?
Y hasta aquí mi crisis, quiero pensar que en algún momento futuro estos/as peques tendrán nuevas oportunidades de encontrarse con los libros en un ambiente que no sea el de la escuela.
No hay comentarios:
Publicar un comentario