martes, 1 de abril de 2014

Galerada: Emet (III)

Como lo prometido es deuda, hoy es la última entrega de "Emet" y ya nos haré esperar más para leer el desenlace de esta historia.

Os dejo el link de las dos entregas anteriores, por si hay algún despistado o para los que quieran recordar donde lo habíamos dejado el mes anterior: Emet (I) y Emet (II).



IV
Parry había estado pensando en todo lo que le había dicho el doctor. Más de una docena de veces se había repetido que no era más que un loco y, que dar crédito a sus afirmaciones sería una estupidez. Sin embargo, ¿y si no lo era? ¿no habían sido tachados otros hombres como él de locos para luego lograr enormes avances científicos para la humanidad?
Su mente, acostumbrada a la resolución de algoritmos científicos, no se sentía cómoda con la naturaleza filosófica de las ideas con las que ahora trataba. ¿Cuál es el puesto del hombre en el cosmos? Muchos años antes los movimientos en defensa de los simios habían logrado que la Unión Europea y la Confederación Euroasiática reconociesen una serie de derechos inalienables para los grandes simios. Durante su infancia, Parry había oído frecuentemente los nombres de prestigiosos primatólogos asociados a la causa, y ya en su niñez había sentido un profundo e irracional respeto por aquellos adalides. En un mundo transnacional, que había secularizado los contenidos del cristianismo y aislado los focos de fundamentalismo islámico e hindú; en un mundo que llevaba dos siglos batallando fútilmente por crear una unidad política internacional capaz de soldar las grietas geoestratégicas del planeta; en un mundo que, sin saberlo, iba buscando la creación de una modulación de lo humano como producto biológico, social, económico y, sin embargo, unitario… el hombre se había convertido en el único punto de vista viable para un discurso. Un simio no tenía un derecho natural, la Gracia no había caído sobre él, no se trataba de la intervención de la Providencia – que ya había quedado extirpada de la historia-: tenía derechos porque se asemejaba al hombre, porque era capaz de comunicarse con un idioma de signos creado por el hombre, porque parecía sentir o sentía como un hombre. Y aún así, escapaba a su control. Era la sucesión de miles de millones de años de evolución, y la elaboración de elevados pensamientos, los que habían permitido al hombre construirse como tal, y al simio ser percibido como simio. Como un Frankenstein dador de vida, lo que reclamaba Leidenfrost era colocar palomas en el interior de los cuerpos, elaborar la vida desde el alma.
¿No era ésta una visión estrictamente religiosa del asunto? ¿Importa acaso como se crea la vida? ¿No es un bebé el producto de un milagro semejante? ¿No podemos llamar mente o psique al alma? Parry suspiró al recordar una vieja leyenda del cristianismo. Antes de que hubiesen vivido juntos, se halló que había concebido en su seno por obra del Espíritu Santo. El misterio; es el misterio lo que mantiene con vida lo sacro. Si el hombre crea vida mediante su tecnología, y tiene que enfrentarse a las evidencias de que esa vida, similar o distinta a la suya, ocupa un cierto puesto en el cosmos… ¿morirá entonces para que nazca un nuevo homo? ¿Tendrá que ser la vida creada constreñida en el patrón de lo humano?
Parry desechó tales pensamientos, cuya magnitud se le antojaba mareante. La humanidad es una roca firme, se dijo, alterable y moldeable por las olas y los vientos, pero inasequible a la destrucción de su propia idea. Ya habían quedado atrás los tiempos bárbaros en los que el mundo se dividía entre paganos y creyentes; en los que el mundo era un puzzle de difícil composición. La realidad tenía que seguir siendo realidad, el alma tenía que seguir siendo alma, y Dios, sea cual fuere su naturaleza, y si realmente existe, tenía que seguir siendo Dios.

V
Quizás con más pensamientos de los debidos, Parry se sorprendió a sí mismo en la sala de conferencias del edificio Kapek horas antes del inicio del anuncio oficial de Leidenfrost. Afortunadamente conocía al jefe de seguridad que, tras someterle a la obligatoria identificación genética, le indicó dónde podía encontrar al doctor. En la sala de descanso 451.
John se plantó delante de la puerta y accionó el vibrador de aviso, se sorprendió de que ésta se abriese automáticamente, ya que en su anterior visita el doctor había preferido abrirla personalmente. El periodista se adentró en una habitación de una tonalidad verde; el interior estaba desprovisto de muebles salvo una mesa y unas sillas poliméricas dispuestas en el centro de la habitación. Parry dirigió su mirada hacia uno de los extremos de la estancia y comprobó que la sala contaba con un cubículo de descanso. Se trataba de una moda que se había impuesto hacía unos años, no era más que una especie de catre, similar a los existentes en los trenes antiguos, en los que el usuario de turno podía descansar cómodamente y en total oscuridad mientras se proyectaban imágenes y sonidos relajantes a su alrededor.
El reportero golpeó con sus nudillos sobre la superficie metálica del cubículo; tras unos instantes de espera golpeó una segunda vez, en esta ocasión con mayor fuerza. Parry sopesó la posibilidad de irritar al doctor sacándole de su sueño frente a la recompensa de obtener una buena exclusiva, su indecisión duró menos de un minuto. John deslizó la puerta del cubículo, abriéndola. Se arrepintió inmediatamente de ello.

VI
La noticia se extendió como el fuego, llegando en pocos minutos a todos los hogares de la ciudad: El doctor Leidenfrost había sido hallado muerto en su apartamento, presuntamente asesinado, y sólo unas horas antes del inicio de una multitudinaria rueda de prensa que había convocado el propio doctor para anunciar su último descubrimiento. El pobre hombre fue horriblemente mutilado por su agresor inflingiéndole graves heridas. Sobre su frente había sido escrita, con su propia sangre, una palabra: met.

Fin

By Darov

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