Ya estamos en mayo! Uff que rápido me ha pasado el tiempo. Llega el buen tiempo, las ganas de salir, de disfrutar del sol y del tiempo libre; pero no olvidéis llevaos un buen libro.
Nosotros seguimos fieles a nuestra intención de haceos disfrutar con la lectura y los relatos de Darov; así que si al final el libro/e-book se ha visto relegado y olvidado en cualquier esquina, no desesperéis, aquí tenéis un nuevo texto para disfrutar: "La caja de Pandora".
I
Sabas
dirigió su vista hacia las olas, su argéntea espuma lamía la fina
arena de la playa, y arrastraba pequeños guijarros al interior del
mar. Tenía los ojos azules surcados con profundas arrugas que se
revelaban cuando sonreía. Su cabello, corto y casi totalmente
blanco, delataba su verdadera edad. Vivía en el archipiélago de
Uróboros, la única parte del planeta Pandora que había sido
colonizada. Más del ochenta por ciento de la superficie del planeta
estaba formada por agua, y los colonos no disponían de un medio de
transporte adecuado para desplazarse grandes distancias a través del
océano.
Sabas
trazó un círculo con el dedo índice sobre la arena distraídamente.
Le gustaba pasear a la luz rojiza del atardecer entre las playas y
las calas mientras recogía nuevas especies de animales. Sin embargo,
aquella no era una de esas tardes. Todo el mundo conocía la historia
de sus antepasados, ésta podía hallarse en cualquier libro de
historia terrestre y era materia obligada en la enseñanza
reglamentada. Pero aún recordaba las tardes en las que paseaba junto
a su bisabuelo por estas mismas playas mientras, con su voz áspera y
cascada le relataba retazos de historia antigua.
La
raza humana había surgido en el planeta Tierra, nadie podía ya
señalar su ubicación en un mapa estelar ni recordar cómo era
exactamente (tan solo se conservaban algunas imágenes y grabaciones
antiguas), simplemente porque ya no existía. Los libros de historia
hablaban de cómo el hombre había conquistado el espacio, no sin una
buena dosis de buena fortuna, para descubrir que se encontraban solos
en la inmensidad de un Universo desconocido. Cómo, con tesón y
empeño, habían logrado extender su civilización por parte del
sistema solar. Pero esos mismos libros no decían nada acerca de la
depredación de la raza humana, de cómo habían convertido su
planeta natal en un mundo estéril en el que nadie deseaba quedarse,
de cómo la raza humana se había convertido en una plaga que
arrasaba planeta tras planeta. Esos eran los secretos prohibidos que
su abuelo le transmitía cada tarde.
Pandora
era la última colonia de una civilización que no podía llamarse ya
a sí misma terrestre. Hacía más de doscientos años que no se
recibía ninguna señal de otro asentamiento humano. Se habían
convertido en la última esperanza de la raza humana.
Disponían
de los conocimientos científicos suficientes como para enviar una
nave al espacio en busca de un nuevo asentamiento. Irónicamente
Uróboros no disponía de los suficientes recursos minerales para
llevar a buen término un proyecto de esa envergadura.
Sabas
observó como la roja estrella que era el Sol de Pandora proyectaba
sombras carmesíes sobre la arena de la playa. ¿Sería éste el
último sol que vería la especie humana?, ¿Sería el destino del
hombre morir tal y como había estado siempre: solo en un Universo
incomprensible para él?
El
colono se puso lentamente en pie y observó el cielo estrellado.
Muchos hombres se habían hecho esa pregunta hacía ya mucho tiempo
no habían hallado respuesta entonces, y él tampoco la encontraría
ahora. Un objeto anaranjado se perfiló en la oscuridad de la noche,
era lo único que podían hacer. La cápsula viajaría por el
espacio, tenía el combustible justo para atravesar, sana y salva, el
espacio conocido por los últimos hombres. Era una luz en la noche,
la llama de la humanidad había brillado, brevemente pero con
intensidad hasta consumirse a sí misma. Era un mensaje en una
botella, pero el más valioso que tenía el ser humano, contenía
todo lo que eran, millones de años de evolución y miles de años de
civilización.
“Ojalá
llegues a un buen lugar, y se repita el milagro. Y quizá esta vez no
se cometan los mismos errores”. Sabas alzó el brazo y despidió a
Nueva Esperanza, nadie sabría nunca si había llegado a su destino.
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