miércoles, 22 de enero de 2014

Vitelas: Lord Byron

Un 22 de enero de 1788 nacía Lord Byron, considerado uno de los escritores más versátiles del Romanticismo.
No quiero enrollarme mucho, pero merece la pena leer su biografía (lucha política, escandalosa relación con su medio hermana...) y sobre todo merece la pena leer su extensa obra.

Os dejo un poema, aunque es un poco largo merece la pena leerlo y disfrutar de esa oscuridad que nos transmite con sus versos (seguro que después de la primera estrofa no podéis parar de leer)

Oscuridad
    Tuve un sueño que no era del todo un sueño.
    El brillante sol se apagaba, y los astros
    Vagaban apagándose por el espacio eterno,
    Sin rayos, sin rutas, y la helada tierra
    Oscilaba ciega y oscureciéndose en un cielo sin luna.
    La mañana llegó, y se fue, y llegó, y no trajo consigo el día,
    Y los hombres olvidaron sus pasiones ante el terror
    De esta desolación, y todos los corazones
    Se congelaron en una plegaria egoísta por luz,
    Y vivieron junto a hogueras, y los tronos,
    Los palacios de los reyes coronados, las chozas,
    Las viviendas de todas las cosas que habitaban,
    Fueron quemadas en los fogones, las ciudades se consumieron,
    Y los hombres se reunieron en torno a sus ardientes casas
    Para verse de nuevo las caras unos a otros.

    Felices eran aquellos que vivían dentro del ojo
    De los volcanes y su antorcha montañosa,
    Una temerosa esperanza era todo lo que el mundo contenía;
    Se prendió fuego a los bosques, pero hora tras hora
    Fueron cayendo y apagándose, y los crujientes troncos
    Se extinguieron con un estrépito y todo quedó negro.

    Las frentes de los hombres, a la luz sin esperanza
    Tenían un aspecto no terreno cuando de pronto
    Haces de luz caían sobre ellos; algunos se tendían
    Y escondían sus ojos y lloraban; otros descansaban
    Sus barbillas en sus manos apretadas y sonreían;
    Y otros iban rápido de aquí para allá y alimentaban
    Sus piras funerarias con combustible y miraban hacia arriba,
    Suplicando con loca inquietud al sordo cielo,
    El sudario de un mundo pasado, y entonces otra vez
    Con maldiciones se arrojaban sobre el polvo,
    Y rechinaban sus dientes y aullaban; las aves silvestres chillaban
    Y, aterrorizadas, revoloteaban sobre el suelo,
    Y agitaban sus inútiles alas; los brutos más salvajes
    Venían dóciles y trémulos; y las víboras se arrastraron
    Y se enroscaron escondiéndose entre la multitud,
    Siseando, pero sin picar, y fueron muertas para servir de alimento.

    Y la guerra, que por un momento se había ido,
    Se sació otra vez; una comida se compraba
    Con sangre, y cada uno se hartó resentido y solo
    Atiborrándose en la penumbra: no quedaba ya amor.
    Toda la tierra era un solo pensamiento y ese era la muerte
    Inmediata y sin gloria; y el dolor agudo
    Del hambre se instaló en todas las entrañas, hombres
    Morían y sus huesos no tenían tumba, y tampoco su carne;
    El magro por el magro fue devorado,
    Y aún los perros asaltaron a sus amos, todos salvo uno,
    Y aquel fue fiel a un cadáver, y mantuvo
    A raya a las aves y las bestias y los débiles hombres,
    Hasta que el hambre se apoderó de ellos o los muertos que caían
    Tentaron sus delgadas quijadas; él no se buscó comida,
    Sino que con un gemido piadoso y perpetuo
    Y un corto grito desolado -lamiendo la mano
    Que no respondió con una caricia-, murió.
    Poco a poco la multitud fue muriendo de hambre; pero dos hombres
    De una enorme ciudad sobrevivieron,
    Y eran enemigos; se encontraron junto
    A las agonizantes brasas de un altar
    Donde se había apilado una masa de cosas santas
    Para un fin impío; hurgaron
    Y -temblando-, revolvieron con sus manos delgadas y esqueléticas
    En las débiles cenizas, y sus débiles alientos
    Soplaron por un poco de vida e hicieron una llama
    Que era una ridícula; entonces levantaron
    Sus ojos al verla palidecer, y observaron
    El aspecto del otro, miraron y gritaron, y murieron;
    De puro espanto mutuo murieron,
    Sin saber quién era aquel sobre cuya frente
    La hambruna había escrito "enemigo".

    El mundo estaba vacío,
    Lo populoso y lo poderoso eran una masa
    Sin estaciones, sin hierba, sin árboles, sin hombres, sin vida;
    Una masa de muerte, un caos de dura arcilla.
    Los ríos, lagos, y océanos estaban quietos,
    Y nada se movía en sus silenciosos abismos;
    Los barcos sin marinos yacían pudriéndose en el mar,
    Y sus mástiles bajaban poco a poco; cuando caían
    Dormían en el abismo sin un vaivén.
    Las olas estaban muertas; las mareas estaban en sus tumbas,
    Antes ya había expirado su señora, la luna;
    Los vientos se marchitaron en el aire estancado,
    Y las nubes perecieron;
    La oscuridad no necesitaba de su ayuda,
    Ella era el universo.

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